domingo

Cuestión de talla

Ya, sé que yo misma  he estado presumiendo por aquí de lo grande que ya está Guisantito, de sus 2.700 gramos que se convertirán de aquí a principios de abril en 4 kilos, de sus largas piernas desplazando mis costillas flotantes y de sus fuertes puños golpeando incansables mi vejiga. Pero sé que el tamaño no siempre importa, es más, a veces es sinónimo de problemas.

Y hablo desde la cercanía al tema tras colaborar con una asociación dedicada a apoyar a las personas con problemas de crecimiento (Crecer) y leer un precioso título sobre un bombero de Nueva York, El bombero de Lilliputia.

A muchos de vosotros la asociación de problemas de talla con la idea de bombero os habrá traído a la memoria al Bombero Torero, espectáculo sin par que jamás olvidaré haber presenciado de niña en las fiestas del pueblo. Recuerdo con horror y flashes de película sobre narcóticos las risas espeluznantes del público, la exhibición de las peligrosas maniobras de los protagonistas (aunque se trataran de becerros, su cercanía al cuerpo de los "artistas" me atemorizaba) y los crueles comentarios que escuché. El esperpéntico espectáculo creo que no ha favorecido en nada a la imagen naturalizada de ciertas enfermedades relativas al crecimiento, al contrario, han servido como reafirmación de la imagen tradicional más cercana a los bufones que a la normalidad. Y nada más digo esto me empiezo a acordar de cómo me quedé embobada mirando hace una semana a un hombre proporcionado pero de tamaño gigantesco en la salida de un centro comercial, era magnética su altura y me sonrojé incluso al reaccionar de tal modo. Y es que aquello que se sale de lo cotidiano siempre nos resulta llamativo, especialmente llamativo.

Leyendo testimonios de personas con acondroplasia o síndrome de Turner me doy cuenta de lo difícil que ha de ser adentrarse en una sociedad que siempre te señala con mirada sorprendida y dedo infantil y cruel. Pienso también en cómo enseñar a Guisantito a tomar como natural aquello a lo que no esté acostumbrado a ver, a ayudarle a encontrar en las diferencias motivo de riqueza y no de burla.

Todos conocemos por experiencia la crueldad atroz en la que pueden caer los niños, pero también sabemos con qué naturalidad aceptan de primeras las diferencias. Somos nosotros, los adultos, los que llamando la atención sobre la rareza y no sobre la variedad conseguimos que los pequeños reparen en lo extraño como motivo de bufa. Mas al contrario, el niño acepta con rapidez lo diferente pues todo le es nuevo cuando es pequeño. Es desde nuestra actitud de prevención, de respeto exagerado donde surgen los tratos de diferencia y cuando al "nuevo" se le hace sentir incómodo.

Me ha llamado especialmente la atención algunas declaraciones crueles atribuidas a supuestos médicos que anunciaban problemas de talla a unos padres ilusionados y expectantes. Mi cuñado J. me creyó proteger procurando que no leyera ciertas palabras del proyecto, pero han sido esas reflexiones las que me han hecho aceptar de verdad las posibilidades que existen de que Guisantito sea diferente. Atajando el miedo tapándonos los ojos no ayuda, lo hace acrecentarse. Ahora sé que no tengo temores, pequeño, te querremos infinitamente seas como seas.

Te aceptaremos como no aceptaron los padres del protagonista del libro de hoy a su pequeño hijo, un niño normal, inteligente y creativo, que resultó ser demasiado bajito para una familia de renombre. He de admitir que al leer por primera vez estas páginas lloré ante la crueldad que mostraba la familia y el desapego que lleva al pequeño a abandonar su hogar. Hoy, tras la lectura de los testimonios de socios de Crecer, el cuento se me antoja con una fuerza propulsora para encajar los posibles golpes futuros. La autoafirmación, la voluntad y el aliento insondable llevarán a Henry a convertirse en un héroe. Si algo he de reprochar a esta historia es una parte del final que no voy a delatar, pero que me defrauda emocionalmente.

Las apaciguadas ilustraciones, de contornos redondeados y elegantes tonos, recuerdan en ocasiones al neoimpresionismo de Seurat (quizá por la coincidencia de lagos y sombrillas) y otras, en el silencio de los espacios sin rellenar, a la fría soledad de Hopper. Algunos dirán que exagero, pero las ilustraciones de Françoise Roca merecen  ser visitados con atención.

A pesar de la anterior pulla al final del texto, que parte sólo de la rabia ante cierta injusticia de la historia, diré que la historia de Fred Bernard no adoloce en ningún pasaje y abre con ternura un panorama a medias cruel, a medias hiperrealista muy digno y muy recomendable.

Todo un hallazgo publicado por Comanegra.



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El bombero de Lilliputia
Françoise Roca y Fred Bernard
Editorial Comanegra

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