miércoles

El poder de la palabra

No, lectores, no teman tras las primeras páginas de Nasrudín y su asno un sufrimiento similar al hiperrealismo de "El ladrón de bicicletas", no. No soportaría en mi estado la exhibición de un dolor tan crudo y la impotencia de un protagonista así. Hay una familia modesta, sí, y un robo a traición, también, pero les prometo que no encontrarán la pasividad del mundo y esa horrible sensación de contemplar una injusticia irremediable.

Nasrudín es más sabio que eso. Cuando le roban su asno en el mercado acude al más poderoso sortilegio, al más fuerte estratagema: el uso de la palabra. Es precisamente en la caradura del pequeño y su capacidad imaginativa donde nace el encanto de este libro.

La crudeza de la historia, a la vez que el talento increíble de su protagonista, quedan bellamente ilustrados por Rébecca Dautremer. Qué suerte apodera Odile Weulersse al contar con las mágicas sombras de esta ilustradora y sus preciosos rojos y blancos. Si ya conocíais la fuerza de esta maravillosa artista de nuevo aquí encontraréis la mágica luz de la tarde entrando a jugar con los enrejados o colarse por las puertas de las casas para acariciar las superficies con respeto de caricia.

Quizá Guisantito acierte con los años a apoderarse del lenguaje con la misma precisión y astucia que su padre, quizá como otro niño que conozco sea capaz de lograr con la palabra ya en el patio del recreo trueques enormemente beneficiosos. Qué sabré yo de cómo usará la palabra mi pequeño. Lo que sí desearía es que ciertos vocablos desaparezcan de su vida. ¿Podré arrancarle yo de su camino palabras como "dolor" o "tristeza"? Lucharemos por ello, pequeñín, ya verás cómo esas palabras dejan sólo polvo y sombra debajo de otras como "noria", "playa" o "estribillo". Conjugaremos la felicidad, chiquitín, la convertiremos en un verbo imperativo. ¿Qué me dices, pequeño?






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Nasrudín y su asno
Odile Weulersse y Rébecca Dautremer
Edelvives, 2007

domingo

Mi papá es más grande que el tuyo

De nuevo os presento un precioso librito de Andrés y Ana Guerrero. Esta vez trata sobre dos pequeños osos, que como todos los pequeños, tienden a compararse. ¿Quién no recuerda alguna conversación en el que se comparasen desde los pies hasta las profesiones de los padres? Las hay muy absurdas y suelen ser precisamente las peores las protagonizadas por niños, qué va.

El jueves me hicieron mi primer monitor. En la misma sala había otras tres gorditas. Mi madre, que me acompaña feliz a cada cita médica que puede, escuchaba la conversación con esa cara de pilla que sólo ella sabe poner. La matrona, mientras yo me adormilaba de medio perfil boca arriba, dialogaba con las otras mamis acerca del género de las barrigas, del peso y de partos anteriores. "Ésta es mi segunda niña. La primera nació con 2.800 y ésta va por el mismo camino". "Pues la mía ya pesa 2.200 y estoy de 36 semanas". La gamberra de la Abuela Guisante ponía caritas al comprobar que su nieto el Guisantito podría hacer tres de la otra niña que cercaban las cintas de los monitores. Yo no alcanzaba a darle patadas para que no gesticulara, pero les debió de quedar claro por su cara a las demás madres que mi gordo no tenía comparación, porque ni me preguntaron (y eso que ni siquiera llegué a roncar).

Las comparaciones son siempre odiosas, sí. Si me pregunta qué prefiero, si un renacuajo o un gigantón siempre responderé que depende. Depende porque prefiero que salga grandote para que no se me resbale entre estos dedos de madre primeriza. Pero, claro está, un niño de 4 kilos cuesta sacarlo, faltaba más. Veremos en cuántos gramos se queda mi pequeño (ya no tan pequeño, al parecer). Ya le he reducido el volumen de las comidas y estoy huyendo del chocolate (más por problemas de acidez que por ganas mías), no me vaya a salir disparado el ombligo y no sepa ponerlo después en sus sitio. Lo que peor llevo no es la certeza de saber que está enorme, es notar la barriga a punto de estallar. ¿Habrá alguna manera de estirar la piel? Pobre Guisantito, me da la sensación de tenerlo aplastado contra las costillas. 

Y es que toda forma de ser tiene sus pros y sus contras. Que sí, que Guisantito es enorme y será un niño grandote, pero me toca a mí sacarlo de ahí dentro (ay). Además, siempre habrá un niño más grande y mucho más guapo (¡mi sobri!) al que compararse. Pero eso Guisantito no lo sabe. Aún. Le tendré que leer el cuento de los Dos osos grandes para que vea que más vale tener en cuenta la relatividad que creernos los mejores.

Esta historia, tan sencilla y hermosa como las que suelen entregarnos Ana y Andrés Guerrero, tiene hasta sustos incorporados. Tierno y de ilustraciones entrañables, este librito de pequeño formato y páginas a prueba de niños gamberros es un delicioso regalo para los más pequeños, especialmente para los que tienden a compararse siempre.


BS: Amos Lee, Keep it loose, keep it tight 





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Dos osos grandes
Ana y Andrés Guerrero
Anaya, 2010

Bichos bola

Sólo por su nombre ya aparentan mucho más que cualquier bicho. Divertidos, redondetes, originales... ¿Qué más pueden pedir los bichos bola? Caminando son un poco torpones, es cierto. No son muy guapos tampoco, ¿y qué bicho lo es? Pero cuando se hacen una bolita... ¡son los reyes! Brillantes, con forma de rueda... ¿No os parecen geniales?
Ya me apetecía a mí encontrar un digno homenaje a estos bichitos tan simpáticos. Además, Mónica Carretero les ha inventado una vida llena de sorpresas y color: ¡son unos pedazos de artistas! Han de serlo para triunfar como triunfan en el "Pequeño Teatro Varietès". Todos los miembros de la familia Bola portan divertidas prendas que los convierte en resultones (a simple vista los bichos bola, grises y redondos, pueden parecer algo sosos, por eso nuestra familia amiga siempre viste con algo de rayas o divertidos estampados. Son artistas: ¡deben distinguirse!).

La fama de sus espectáculos de música, teatro y magia han llegado a oídos de la más importante caza talentos del mundo, María de los Saltos, la más reconocida representante de artistas-bicho del planeta. ¿Y sabéis qué les depara a la familia Bola? "El pequeño teatro intinerante Varietès", ¡reserva ya tu entrada!

Maravilloso trabajo conjunto de ilustración y texto. Un aplauso para Cuento de Luz y sus encantadores libros. A Guisantito sé que le gustará imaginar una vida tan original para estos pequeños bichitos (cerca de casa he encontrado alguna vez y iré a perseguirlos con él, para que se divierta).


BS: Aquellos ojos verdes, Nating Cole


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Bichos bola
Mónica Carretero
Cuento de luz, 2010

Cuestión de talla

Ya, sé que yo misma  he estado presumiendo por aquí de lo grande que ya está Guisantito, de sus 2.700 gramos que se convertirán de aquí a principios de abril en 4 kilos, de sus largas piernas desplazando mis costillas flotantes y de sus fuertes puños golpeando incansables mi vejiga. Pero sé que el tamaño no siempre importa, es más, a veces es sinónimo de problemas.

Y hablo desde la cercanía al tema tras colaborar con una asociación dedicada a apoyar a las personas con problemas de crecimiento (Crecer) y leer un precioso título sobre un bombero de Nueva York, El bombero de Lilliputia.

A muchos de vosotros la asociación de problemas de talla con la idea de bombero os habrá traído a la memoria al Bombero Torero, espectáculo sin par que jamás olvidaré haber presenciado de niña en las fiestas del pueblo. Recuerdo con horror y flashes de película sobre narcóticos las risas espeluznantes del público, la exhibición de las peligrosas maniobras de los protagonistas (aunque se trataran de becerros, su cercanía al cuerpo de los "artistas" me atemorizaba) y los crueles comentarios que escuché. El esperpéntico espectáculo creo que no ha favorecido en nada a la imagen naturalizada de ciertas enfermedades relativas al crecimiento, al contrario, han servido como reafirmación de la imagen tradicional más cercana a los bufones que a la normalidad. Y nada más digo esto me empiezo a acordar de cómo me quedé embobada mirando hace una semana a un hombre proporcionado pero de tamaño gigantesco en la salida de un centro comercial, era magnética su altura y me sonrojé incluso al reaccionar de tal modo. Y es que aquello que se sale de lo cotidiano siempre nos resulta llamativo, especialmente llamativo.

Leyendo testimonios de personas con acondroplasia o síndrome de Turner me doy cuenta de lo difícil que ha de ser adentrarse en una sociedad que siempre te señala con mirada sorprendida y dedo infantil y cruel. Pienso también en cómo enseñar a Guisantito a tomar como natural aquello a lo que no esté acostumbrado a ver, a ayudarle a encontrar en las diferencias motivo de riqueza y no de burla.

Todos conocemos por experiencia la crueldad atroz en la que pueden caer los niños, pero también sabemos con qué naturalidad aceptan de primeras las diferencias. Somos nosotros, los adultos, los que llamando la atención sobre la rareza y no sobre la variedad conseguimos que los pequeños reparen en lo extraño como motivo de bufa. Mas al contrario, el niño acepta con rapidez lo diferente pues todo le es nuevo cuando es pequeño. Es desde nuestra actitud de prevención, de respeto exagerado donde surgen los tratos de diferencia y cuando al "nuevo" se le hace sentir incómodo.

Me ha llamado especialmente la atención algunas declaraciones crueles atribuidas a supuestos médicos que anunciaban problemas de talla a unos padres ilusionados y expectantes. Mi cuñado J. me creyó proteger procurando que no leyera ciertas palabras del proyecto, pero han sido esas reflexiones las que me han hecho aceptar de verdad las posibilidades que existen de que Guisantito sea diferente. Atajando el miedo tapándonos los ojos no ayuda, lo hace acrecentarse. Ahora sé que no tengo temores, pequeño, te querremos infinitamente seas como seas.

Te aceptaremos como no aceptaron los padres del protagonista del libro de hoy a su pequeño hijo, un niño normal, inteligente y creativo, que resultó ser demasiado bajito para una familia de renombre. He de admitir que al leer por primera vez estas páginas lloré ante la crueldad que mostraba la familia y el desapego que lleva al pequeño a abandonar su hogar. Hoy, tras la lectura de los testimonios de socios de Crecer, el cuento se me antoja con una fuerza propulsora para encajar los posibles golpes futuros. La autoafirmación, la voluntad y el aliento insondable llevarán a Henry a convertirse en un héroe. Si algo he de reprochar a esta historia es una parte del final que no voy a delatar, pero que me defrauda emocionalmente.

Las apaciguadas ilustraciones, de contornos redondeados y elegantes tonos, recuerdan en ocasiones al neoimpresionismo de Seurat (quizá por la coincidencia de lagos y sombrillas) y otras, en el silencio de los espacios sin rellenar, a la fría soledad de Hopper. Algunos dirán que exagero, pero las ilustraciones de Françoise Roca merecen  ser visitados con atención.

A pesar de la anterior pulla al final del texto, que parte sólo de la rabia ante cierta injusticia de la historia, diré que la historia de Fred Bernard no adoloce en ningún pasaje y abre con ternura un panorama a medias cruel, a medias hiperrealista muy digno y muy recomendable.

Todo un hallazgo publicado por Comanegra.



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El bombero de Lilliputia
Françoise Roca y Fred Bernard
Editorial Comanegra