De verdad que lo tenía pensado. Le había dado vueltas y la tenía como frase idónea para comenzar mi reseña. La llevaba todo el día en la cabeza y cuando fui a escribir me di cuenta de que ya no me servía. Y mira que era perfecta, iba a empezar la entrada diciendo "Álvaro no tiene dientes, pero le encanta el Ratoncito Pérez". ¿A que era genial como principio? Pues ayer tarde, durante un paseo con mi suegro, Álvaro me mordió en un dedo y lo estropeó todo con su diminuta ferocidad clavada en mi carne. Su risa tenía un afilado azahar que me hizo dar saltos de alegría. ¡Su primer dientecito! El bocado se tragó mi inicio de reseña, pero, ¿qué más da? Es adorable ver el brillo blanco en su sonrisa. Me inventaré otro principio y ya está. Por ejemplo, hablaré sobre las casas de muñecas, sin citar a Ibsen, pues quedaría pedante. O no, mejor hablaré de cómo recuerdo que Ratoncito Pérez me regaló mi primera cámara de fotos. No me convence. Ya sé: hablaré de los sentimientos que me despierta sumar la idea de Ratoncito Pérez a la idea de esa personita que hemos traído al mundo. Sí. Me gusta. Eso voy a hacer. Empiezo.
Todo lo que pasa por mis manos o cruza mi mente pasa siempre ahora por la curiosidad de imaginar cómo será para Guisantito hacer esto o aquello, viajar a tal sitio o comprarle tal cosa y ver cómo reacciona. Por ejemplo, París ahora es la admiración de Álvaro al ver la altura de la Torre Eiffel, un helado en el súper es la cara que pondrá al probar por primera vez el chocolate y una melodía en la radio es la pregunta de "¿qué cantaremos cuando vayamos juntos en el coche?". Ese tipo de curiosidad se corresponde con las ganas de experimentar nuevas primeras veces con el pequeño: el primer baño en el mar, su primera papilla, su primer columpio... Y me da por pensar que tras la primera vez todo ha de seguir siendo tan intenso. Semana a semana, día a día, la complejidad de sus movimientos, la atención hacia todo, la intensidad con la que recibe cada estímulo parece crecer imparable. Arrastrarse como una lagartija, mantenerse sentado, pasar objetos de una mano a otra, levantar el culete a cuatro patas... Cada movimiento nuevo es un prodigio, pero siempre un escalón para seguir subiendo. No quiero olvidarme de estas ganas de verlo mirar cada objeto, de disfrutar cada instante. Pronto la satisfacción de comprobar sus progresos las podremos compartir con él, pues ya no será bebé y su comprensión de los acontecimientos llegará, aunque limitada, a reconocer la novedad. Ayer le salió su primer diente y en poco tiempo (digo poco porque esto parece correr más de lo que quisiera) se le caerá su primer diente. Me atemoriza a veces la velocidad con la que crece y aprende. Me apasiona descubrirlo, ser testigo.

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La fantástica historia del Ratoncito Pérez
Meritxel Martí y Xavier Salomó
Beascoa, 2011
Yo sé de una niña, que cuando se le cayó uno de sus dientes, lo puso debajo de la almohada e hizo una escalera, desde el suelo a la almohada, con piezas de construcciones, coches y todo lo que se mantenía de pie, para que el ratoncito Pérez subiera sin problemas a la almohada a recoger el diente.cdo
ResponderEliminarUy, esa historia me suena. ¿Pérez, has sido tú el del comentario anterior? ¡No cuentes nuestros secretos!
ResponderEliminarQuien quiera que sea el o la comunicante que envio el anterior comentario, parece disponer de información privilegiada.
ResponderEliminarProbablemente, habite en el proceloso y enigmático mundo de los ratoncitos pérez.
Me encanta la música que subes al blog, Marta!
ResponderEliminarGracias! Luísa es genial. Me quedé sin verla cuando vino a Cartagena.
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