sábado

Guisantito

Cómo ronronea, cómo busca mi voz con la mirada, sus chufletazos de cacota, sus larguísimos deditos, cómo ruge cuando pide teta, su glub-glub alimenticio, su carcajada durmiente, cómo sonríe tras un estornudo, cómo se cae a la nada y se agarra moviendo las manitas hacia el vacío, cómo mira amoroso a su padre cuando le protege de hipos, miedos y retortijones, sus chichas brillando tras el baño, cómo estira las piernecillas durante el masaje, cómo le encanta ensuciar los pañales recién cambiados, su respiración nerviosa cuando se siente inquieto, su llanto ansioso de "quiero teta y la quiero ya", sus cabezazos rápidos y torpes contra el pecho, su boquita abierta de "aún no he comido bastante", la serenidad en su rostro tras devolver litro y medio de leche sobre las cortinas de la abuela, su mano sobre el pecho de Papá Guisante (cada vez le queda menos vello pectoral al pobre), su boquita mordiendo el cuello de la camisa a su abuelo, la paz con la que descansa en brazos de María, cómo entrecierra los ojillos cuando el sol le golpea en los paseos, cómo le queda pequeña ya mucha ropa y el body le asoma por la cintura y la pernera no le permite estirar la pierna, sus tracas morenas despeinadas a lo Jack Nicholson en El resplandor, su mano en interesante pose cual escultura de Rodin, su pecho diminuto y su redonda panza respirando agitados, sus manitas, sus preciosas manitas llenas de padrastros diminutos y uñitas rotas, su orejilla peluda de mono, sus atentos y enormes ojos mirándolo todo, su nariz chata, su expresión seria de reconocimiento del mundo, su "ajoooó" de voz tierna y por hacer con la boquita abierta.

Mi Guisantito precioso.

viernes

Poema para Álvaro

UN INTENSO FULGOR

                                           A Álvaro

La espera para conocerte ha sido larga.
Sin duda te sentías muy seguro
en ese confortable nido en el que
flotabas ingrávido.

Hasta ese lugar llegarían como
sonidos lejanos el rumor de
la vida exterior,
tamizada por el útero materno.

Te has resistido a salir
del recóndito lugar, quizás
adivinando los azares diversos
que te esperaban en el exterior.

Cuando por fin, y tras una ardua lucha,
te has hecho presente,
tu mirada ha tomado contacto con la vida,
y tus ojos, tan asombrosamente abiertos,
han escrutado esa realidad externa
tan nueva e incierta para ti.

Tu padre ha quedado sin palabras
con un nudo en la garganta,
conmovido y extasiado

Tu madre, agotada por el esfuerzo,
pero intensamente feliz,
te mira con sus enormes ojos
que irradian una poderosa luz.

Yo he respirado aliviado,
por ti y por ella, y he experimentado
una sensación inefable e indefinible,
absorto ante tu presencia,
que llena la estancia de un intenso fulgor.

Al contemplarte por primera vez
mis ojos se han humedecido
y han dejado deslizar
unas breves lágrimas ante este nuevo milagro.

De nuevo mi enorme asombro,
ante la perfección de la naturaleza,
que ha cincelado tus formas minúsculas y perfectas,
tu cuerpecito, tu mirada y tus diminutas manos.

Siento una enorme gratitud
por haber tenido la oportunidad,
de presenciar de nuevo este misterio,
que nos hace reconciliarnos
con el viejo afán de vivir.

Gracias, Álvaro, por estar entre nosotros,
creando con tu presencia esa llama incandescente,
cuya huella permanecerá imborrable para siempre.


José Zafrilla (abuelo Guisante) 21 de abril de 2011

lunes

Color y risa

Admito que con el síndrome de anidamiento en su punto más álgido (sí, metimos albañiles en casa estando preñados de 36 semanas) me llegó a poner un poquito nerviosa este "Pintores". Mi afán de control (nunca he tenido la casa tan ordenadita) se quejaba cuando en cierta página de este libro los protagonistas dan rienda suelta a su necesidad de expresión cromática llenándolo todo de pinceladas de acuarela.

Hoy leemos de nuevo "Pintores" con otros ojos. Los nervios han desaparecido. El libro nos ha encantado. Estoy lista para abrazar al pequeño y, sobre todo, lista para aguantar lo que venga durante el parto. Una serena tranquilidad se ha apoderado de mí y la sonrisa de mi rostro supera el tamaño de mi panza. Pero Guisantito, que pesa quizá demasiado para su madre primeriza, ha decidido quedarse conmigo (en mí) unos días más. Yo lo entiendo: lo trato muy bien, para qué engañaros. Le pongo música, paseamos, bailamos, él  tiene mis costillas para patalear y mi vejiga para entrenar golpes de boxeo... ¿Qué más puede pedir? A pesar de la oxitocina de esta mañana el tío ha preferido quedarse acurrucaíco aquí dentro. Es un gesto cariñoso, ¿no os parece? El jueves nos pincharán otra vez para comprobar cómo reaccionamos. Hasta entonces podría anunciar su llegada en cualquier momento y aquí estaré esperándolo, expectante y calmada, imaginando qué color elegiré para manchar de acuarela su piecito y pintar un cuadro con él, el cuadro de "el primer paso azul de Guisantito",  Este libro, escrito por Seung-yeoun Moon e ilustrado por la coreana Suzy Lee, me llama a dejar sus huellas de recién nacido en pintura para recordar siempre lo pequeñito que nació. También me da por imaginar las tardes de sol en el patio, con un delantal cada uno y los pinceles ensuciando el mantel y quizá algo que podría llamarse dibujo en un papel.

Igual que la madre de "Pintores" quiero darle al pequeño una infancia llena de color y juego. Inventaremos nuestra propia isla de serpientes venenosas, seremos indios y arcoriris, piratas y campos de amapolas, seremos juego constante lleno de curiosidad y risa. Y como Chun y Jin mantendremos los ojos abiertos a la imaginación. Papá Guisante nos ayudará a crear nuevos mundos sólo para nosotros. Habrá colores infinitos y metáforas sin inventar. ¿Ves, Guisantito? El mundo de aquí fuera no es tan feo. ¿Cuándo sales a abrazarme?


Y de fondo... Willy Mason y "Save myself"





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Pintores
Seung-yeoun Moon y Suzy Lee
Libros del Zorro Rojo, 2011

domingo

Uh!

La primera vez que leímos El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido nos dio un poquito de miedo a Guisantito y a mí. De noche y en invierno parece todo más oscuro y terrorífico, es cierto. Hay factores que sin duda acrecientan el temor. Alguno de vosotros ya está pensando en el tema que va a tocar hoy y decís "claro, como está ya de 39 semanas está acojonadita". No creáis que porque tenga la certeza de conocer muy pronto al pequeño tengo miedo, qué va. Al contrario, a medida que se acerca el día "G" (jejeje), se apodera de mí una dulce tranquilidad. Anoche, cuando ya estábamos a punto de coger las maletas para irnos al hospital, caminaba por la casa con una pachorra tremenda y una sonrisa aún más grande. Ya, queda lo más duro, pero, ¿quién no me dice a mí que todo vaya a ser rápido? Sólo con pensar en las mollicas del pequeño se me instaura la felicidad en los labios. ¡Qué ganas tengo de espachurrar a Leaonzinho* y ponerle un dedito entre los suyos! (Ah, lo de anoche parecía una falsa alarma, eso sí, como vuelva a suceder  me planto en el hospital. No hay forma de distinguir patadas de contracciones o de incomodidad. En fin. Cosa de novatas)

El miedo es un monstruo que empeora de aspecto cuanto más pensamos en él. Si en mitad de la noche el bulto de una camisa en una percha se nos presenta temible, cuanto más la miremos más se asemejará a un asqueroso bicho expectante. Tom, el protagonista de esta historia, pone en el cuerpo de un monstruo peludo y viscoso sin brazos y sin piernas sus más terribles temores: los extraños ruidos que escucha por entre las paredes. No hay nada que el niño pueda imaginar más terrorífico. Así, cualquier sombra o ruido le harán completar la imagen más espantosa de ese monstruo, alimento de su miedo. Y nada ayuda a espantar mejor nuestros temores que la propia realidad, esa luz encendida que nos esclafa ante los ojos la realidad, simple y sin vueltas: una camisa arrugada o un pequeño ratoncillo. Claro que, la realidad, insignificante e inocua, puede ser para otros germen de terror. Cada cual gobierna sus miedos a medida de su conocimiento, pero también tras cada lucha contra lo que nos vuelve débiles. El duelo con el miedo es siempre una batalla imprevista. Yo me creo fuerte y capaz de controlar los nervios del momento clave, el esperado y temido día G. ¿Será hoy?

El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido lo encontraréis en una cuidada edición de Tusquets. Ya mencionamos esta maravilla cuando reseñamos La mantita de Jane, pero le debíamos el merecido espacio tanto a su tierna historia como a sus bellos dibujos. Este cuento infantil de John Irving, a quien conocéis sin duda por Las normas de la casa de la sidra, abre una ventana nueva a su obra, que sabe aquí completarse con las preciosas ilustraciones de Tatjana Hauptmann. Monísimos trazos y encantadora imaginación la que llena la casa oscura  de estas páginas de miedos con cotidianos y temibles objetos nocturnos. Nos encanta cómo dibuja Tatjana las arrugas del pijama de Tom y las costuras de su osito de peluche, son realmente hermosos los trazos. Su control de la luz y la sombra redondea el ambiente
tenue de la imaginación infantil como un prodigio. Magníficos lápices de colores en magníficas manos, qué duda cabe.



*Os prometo que lo de Leonzinho no nace de vuestros insistentes comentarios de "con 4 kilos ya no podrás llamarlo Guisantito". Viene de esta preciosa canción:




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El ruido que hace alguien que no quiere hacer ruido
John Irving y Tatjana Hauptmann
Tusquets, 2005

miércoles

El poder de la palabra

No, lectores, no teman tras las primeras páginas de Nasrudín y su asno un sufrimiento similar al hiperrealismo de "El ladrón de bicicletas", no. No soportaría en mi estado la exhibición de un dolor tan crudo y la impotencia de un protagonista así. Hay una familia modesta, sí, y un robo a traición, también, pero les prometo que no encontrarán la pasividad del mundo y esa horrible sensación de contemplar una injusticia irremediable.

Nasrudín es más sabio que eso. Cuando le roban su asno en el mercado acude al más poderoso sortilegio, al más fuerte estratagema: el uso de la palabra. Es precisamente en la caradura del pequeño y su capacidad imaginativa donde nace el encanto de este libro.

La crudeza de la historia, a la vez que el talento increíble de su protagonista, quedan bellamente ilustrados por Rébecca Dautremer. Qué suerte apodera Odile Weulersse al contar con las mágicas sombras de esta ilustradora y sus preciosos rojos y blancos. Si ya conocíais la fuerza de esta maravillosa artista de nuevo aquí encontraréis la mágica luz de la tarde entrando a jugar con los enrejados o colarse por las puertas de las casas para acariciar las superficies con respeto de caricia.

Quizá Guisantito acierte con los años a apoderarse del lenguaje con la misma precisión y astucia que su padre, quizá como otro niño que conozco sea capaz de lograr con la palabra ya en el patio del recreo trueques enormemente beneficiosos. Qué sabré yo de cómo usará la palabra mi pequeño. Lo que sí desearía es que ciertos vocablos desaparezcan de su vida. ¿Podré arrancarle yo de su camino palabras como "dolor" o "tristeza"? Lucharemos por ello, pequeñín, ya verás cómo esas palabras dejan sólo polvo y sombra debajo de otras como "noria", "playa" o "estribillo". Conjugaremos la felicidad, chiquitín, la convertiremos en un verbo imperativo. ¿Qué me dices, pequeño?






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Nasrudín y su asno
Odile Weulersse y Rébecca Dautremer
Edelvives, 2007

domingo

Mi papá es más grande que el tuyo

De nuevo os presento un precioso librito de Andrés y Ana Guerrero. Esta vez trata sobre dos pequeños osos, que como todos los pequeños, tienden a compararse. ¿Quién no recuerda alguna conversación en el que se comparasen desde los pies hasta las profesiones de los padres? Las hay muy absurdas y suelen ser precisamente las peores las protagonizadas por niños, qué va.

El jueves me hicieron mi primer monitor. En la misma sala había otras tres gorditas. Mi madre, que me acompaña feliz a cada cita médica que puede, escuchaba la conversación con esa cara de pilla que sólo ella sabe poner. La matrona, mientras yo me adormilaba de medio perfil boca arriba, dialogaba con las otras mamis acerca del género de las barrigas, del peso y de partos anteriores. "Ésta es mi segunda niña. La primera nació con 2.800 y ésta va por el mismo camino". "Pues la mía ya pesa 2.200 y estoy de 36 semanas". La gamberra de la Abuela Guisante ponía caritas al comprobar que su nieto el Guisantito podría hacer tres de la otra niña que cercaban las cintas de los monitores. Yo no alcanzaba a darle patadas para que no gesticulara, pero les debió de quedar claro por su cara a las demás madres que mi gordo no tenía comparación, porque ni me preguntaron (y eso que ni siquiera llegué a roncar).

Las comparaciones son siempre odiosas, sí. Si me pregunta qué prefiero, si un renacuajo o un gigantón siempre responderé que depende. Depende porque prefiero que salga grandote para que no se me resbale entre estos dedos de madre primeriza. Pero, claro está, un niño de 4 kilos cuesta sacarlo, faltaba más. Veremos en cuántos gramos se queda mi pequeño (ya no tan pequeño, al parecer). Ya le he reducido el volumen de las comidas y estoy huyendo del chocolate (más por problemas de acidez que por ganas mías), no me vaya a salir disparado el ombligo y no sepa ponerlo después en sus sitio. Lo que peor llevo no es la certeza de saber que está enorme, es notar la barriga a punto de estallar. ¿Habrá alguna manera de estirar la piel? Pobre Guisantito, me da la sensación de tenerlo aplastado contra las costillas. 

Y es que toda forma de ser tiene sus pros y sus contras. Que sí, que Guisantito es enorme y será un niño grandote, pero me toca a mí sacarlo de ahí dentro (ay). Además, siempre habrá un niño más grande y mucho más guapo (¡mi sobri!) al que compararse. Pero eso Guisantito no lo sabe. Aún. Le tendré que leer el cuento de los Dos osos grandes para que vea que más vale tener en cuenta la relatividad que creernos los mejores.

Esta historia, tan sencilla y hermosa como las que suelen entregarnos Ana y Andrés Guerrero, tiene hasta sustos incorporados. Tierno y de ilustraciones entrañables, este librito de pequeño formato y páginas a prueba de niños gamberros es un delicioso regalo para los más pequeños, especialmente para los que tienden a compararse siempre.


BS: Amos Lee, Keep it loose, keep it tight 





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Dos osos grandes
Ana y Andrés Guerrero
Anaya, 2010