Cómo ronronea, cómo busca mi voz con la mirada, sus chufletazos de cacota, sus larguísimos deditos, cómo ruge cuando pide teta, su glub-glub alimenticio, su carcajada durmiente, cómo sonríe tras un estornudo, cómo se cae a la nada y se agarra moviendo las manitas hacia el vacío, cómo mira amoroso a su padre cuando le protege de hipos, miedos y retortijones, sus chichas brillando tras el baño, cómo estira las piernecillas durante el masaje, cómo le encanta ensuciar los pañales recién cambiados, su respiración nerviosa cuando se siente inquieto, su llanto ansioso de "quiero teta y la quiero ya", sus cabezazos rápidos y torpes contra el pecho, su boquita abierta de "aún no he comido bastante", la serenidad en su rostro tras devolver litro y medio de leche sobre las cortinas de la abuela, su mano sobre el pecho de Papá Guisante (cada vez le queda menos vello pectoral al pobre), su boquita mordiendo el cuello de la camisa a su abuelo, la paz con la que descansa en brazos de María, cómo entrecierra los ojillos cuando el sol le golpea en los paseos, cómo le queda pequeña ya mucha ropa y el body le asoma por la cintura y la pernera no le permite estirar la pierna, sus tracas morenas despeinadas a lo Jack Nicholson en El resplandor, su mano en interesante pose cual escultura de Rodin, su pecho diminuto y su redonda panza respirando agitados, sus manitas, sus preciosas manitas llenas de padrastros diminutos y uñitas rotas, su orejilla peluda de mono, sus atentos y enormes ojos mirándolo todo, su nariz chata, su expresión seria de reconocimiento del mundo, su "ajoooó" de voz tierna y por hacer con la boquita abierta.
Mi Guisantito precioso.
Te lo he dicho hace un rato: aunque nos esforzásemos, jamás conseguiríamos repetir la proeza de traer al mundo algo tan hermoso, tan nuestro, tan ideal. Ya tenemos una misión en la vida.
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